jueves, 3 de marzo de 2011

PECIOS, ALGAS Y CARACOLAS (2)



Richard Feynman, premio Nóbel de Física en 1965 y uno de los mayores físicos del siglo XX, se unió también al equipo de Oppenheimer en Los Álamos para construir la primera bomba atómica. Entrevistado en 1981 para el programa BBC Horizon, reflexionaba sobre su participación en los siguientes términos:
“[...] La razón original para poner en marcha el proyecto, que era que los alemanes constituirían un peligro, me involucró en un proceso que trataba de desarrollar este primer sistema en Princeton y luego en Los Álamos; que trataba de hacer que la bomba funcionase [...] Y una vez que uno ha decidido hacer un proyecto como éste, sigue trabajando para conseguir el éxito. Pero lo que yo hice -diría que de forma inmoral- fue olvidar la razón por la que dije que iba a hacerlo; y así, cuando la derrota de Alemania acabó con el motivo original, no se me pasó por la cabeza nada de esto, que este cambio significaba que tenía que reconsiderar si iba a continuar en ella. Simplemente no lo
Pensé”
Al recordar el 6 de agosto de 1945, el día en que la bomba arrasó Hiroshima y sus pobladores, Feynman añadía :
“[...] La única reacción que recuerdo -quizá yo estaba cegado por mi propia reacción- fue una euforia y una excitación muy grandes. Había fiestas y gente que bebía para celebrarlo. Era un contraste tremendamente interesante lo que estaba pasando en Los Álamos y lo que al mismo tiempo pasaba en Hiroshima. Yo estaba envuelto en esta juerga, bebiendo también y tocando borracho un tambor sentado en el capó de un jeep; tocando el tambor con excitación mientras recorríamos Los Álamos al mismo tiempo que había gente muriendo y luchando en Hiroshima”

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¿Qué es el hombre? Esta es la primera y principal pregunta de la filosofía ¿Cómo se puede contestar? La definición se puede encontrar en el hombre mismo, esto es en cada hombre singular. Pero, ¿es justa? En cada hombre se puede encontrar lo que es cada “hombre singular” Pero a nosotros no nos interesa lo que es cada hombre singular. Pensando un poco se ve que al hacernos la pregunta de qué es el hombre queremos decir: ¿Qué puede llegar a ser el hombre?; es decir si el hombre puede dominar el propio destino, puede “hacerse”, puede crearse una vida. Decimos, pues, que el hombre es un proceso y, concretamente, que es el proceso de sus actos.

Antonio Gramsci

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“En un tiempo muy distinto del nuestro, y por hombres cuyo poder de acción sobre las cosas era insignificante comparado con el que nosotros poseemos, fueron instituidas nuestras Bellas Artes y fijados sus tipos y usos. Pero el acrecentamiento sorprendente de nuestros medios, la flexibilidad y la precisión que éstos alcanzan, las ideas y costumbres que introducen, nos aseguran respecto de cambios próximos y profundos en la antigua industria de lo Bello. En todas las artes hay una parte física que no puede ser tratada como antaño, que no puede sustraerse a la acometividad del conocimiento y la fuerza modernos. Ni la materia, ni el espacio, ni el tiempo son, desde hace veinte
años, lo que han venido siendo desde siempre. Es preciso contar con que novedades tan grandes transformen toda la técnica de las artes y operen por tanto sobre la inventiva, llegando quizás hasta a modificar de una manera maravillosa la noción misma del arte.”

Paul Valéry, Pièces sur l’art (“La conquête de l’ubiquité”).

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Aunque pueda parecer lo contrario la desesperanza es más cómoda que la esperanza. La desesperanza implosiona el espacio y el tiempo, reduciendo el primero a la frontera de nuestra piel y fosilizando el segundo a la medida de nuestro reloj de pulsera. El espacio es el lugar del dominio, territorio inhóspito que debe ser cercado. El tiempo es la asechanza de lo nuevo, de lo inesperado, de lo que pone y nos pone en tela de juicio, por eso debe ser enjaulado en el corredor de la muerte. La esperanza explosiona el espacio y el tiempo llevando sus límites mucho más allá del aferrar de nuestras manos. El espacio llega hasta el horizonte y surge la agorafobia. El tiempo se deshiela y mana el movimiento, el cambio, el río donde no nos bañaremos dos veces. La desesperanza sitúa al yo frente a otros yoes en un teatro a oscuras: sois lo que sois y nunca seréis otra cosa. La esperanza coloca al yo frente al nosotros en una escena iluminada: sois lo que hagáis por ser. Al desesperanzado se le llamará realista o cínico; al esperanzado iluso o fanático. El desesperanzado se encierra en una burbuja y flota en la nada. El esperanzado echa a andar, rueda por los caminos y se golpea con las piedras. El desesperanzado tendrá seguridad; el esperanzado, paisaje.

Constelaciones

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